La memoria digital: cuando emular videojuegos es revivir el pasado

¿Has perdido tus aventuras favoritas? No, solo estaban escondidas en un emulador.
Vivimos en un mundo sin estanterías. Ya no hay cajas de cartón polvorientas, ni etiquetas escritas con rotulador sobre disquetes de 3½. En una época donde todo es nube, streaming y suscripción, corremos el riesgo de perder nuestra memoria digital colectiva: aquellos juegos que nos marcaron, que moldearon nuestro gusto por la aventura, la estrategia o la acción. Emular videojuegos antiguos no es solo nostalgia: es arqueología digital, es memoria autobiográfica en píxeles.
Portales como CPC-Power son templos de la retroinformática. Preservan juegos que, sin la comunidad, se habrían evaporado como tantos disquetes deteriorados. La retroinformática no es una moda friki: es una forma de resistencia cultural ante la obsolescencia programada y el progreso amnésico. Es el recuerdo de una época en la que cada juego llevaba el sello de su creador y cada carga de cinta era un ritual.
Hoy no guardamos las carátulas en la estantería. Pero podemos guardar su esencia. Igual que la Wayback Machine captura webs desaparecidas, los emuladores permiten revivir experiencias que de otro modo se perderían para siempre. Y eso tiene una dimensión profundamente humana. Tal como describe la psicología de la memoria, nuestros recuerdos emocionales son fundamentales para entender quiénes somos. Cuando emulamos La Abadía del Crimen o Rick Dangerous, no solo jugamos: nos reencontramos con una versión más joven de nosotros mismos.
No es solo “recordar cuando”, es sentirlo. Emular videojuegos antiguos es mantener viva una parte de nosotros, una biblioteca de Alejandría digital que, si no preservamos, puede desaparecer.